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Historias totalmente creadas que estan basadas en la historia de alguien, a quien, todavía, no tengo el gusto de conocer...

domingo, 14 de marzo de 2010

...una decisión - La Isla de la balanza-


Encerrado en un cuarto de ángeles estoy, estoy porque aún tengo la fortuna de estar, estar simplemente por estar ya que me es imposible fingir lo que siento y que a la vez siento no poder expresar, expresar el incongruente flujo de sensaciones que pasan, que pasan siendo como armas letales, las cuales no sé como describir, describir al verdugo que me tortura y me extorsiona, me extorsiona saber eso porque creo estar siendo la victima que jamás imaginé torturar.

Si, Isabel y yo teníamos un par de años de conocernos, la relación de un tiempo a la fecha ha sido algo inestable problema tras problema, alegría tras alegría, cual barco que navega en altamar en días de tormenta o en días de calma. He navegado en su vida sin saber realmente mí destino, nuestro destino final. Efectivamente me ha costado subir a este barco, he pagado un precio muy alto para al fin conseguir un lugar en primera clase, sería de tontos aventarse del barco a medio camino y nadar y nadar.

En tiempos libres, cuando no había mucho que pensar ni por qué preocuparse, se desató una terrible señal, aquella chica imposible había respondido al saludo más simple del mundo, imposible de creer pero cierto sin embargo. El tiempo transcurrió y las cosas se ponían en una balanza, cuando de un lado había tormenta, en el otro reinaba la calma.

Por cierto lapso de tiempo dejé de ver a María, Isabel representaba el todo, lo absoluto, la maravilla, el mundo entero; mi barco navegaba con tranquilidad por su mar, que me protegía, me ilusionaba, que me guiaba por la felicidad. Era el sentimiento el culpable de que al estar con ella mis 5 sentidos se volvieran uno y nada más, que al soñar con ella las cosas efímeras se convirtieran en una eternidad, y que mi condición de hombre libre me trasladara al mundo de su frivolidad.

Había que hacer escala en una isla, donde predominaban árboles grandes de ilusión, plantas llenas de ficción y animales nocturnos que emanaban sonidos de confusión, mi yo y mi otro yo comenzamos a explorar juntos la isla mientras el barco esperaba en la orilla, las voces de los árboles nos aconsejaban regresar, mi yo trataba de ignorarlas y continuar con el cometido mientras que mi otro yo intentaba interpretar esas voces de aliento y confianza, ambos sabíamos que no estábamos perdidos pero que entre más nos adentráramos en la isla más peligro correríamos. Eran las plantas quienes teñían el paisaje de infinidad de colores, y eran ellas también quienes nos hacían reflexionar sobre permanecer o desaparecer del lugar, mi yo era el necio a quien mi otro yo necesitaba convencer, de cualquier forma seguimos caminando pero esta vez eran los sonidos animales quienes insistían en nuestra permanencia, mi yo era el caprichoso cobarde, mi otro yo el sensato valiente que no permitiría el tropiezo de su contra parte.

Ambos sentíamos una mirada penetrante que no nos dejaba ni un solo instante, pudimos habernos puesto a pensar en que la mirada era de alguien familiar, pero no le dimos mucha importancia y seguimos el camino; se adentraba la noche y no parábamos de caminar, pues íbamos en busca de algo, algo que aún no teníamos ni la más mínima idea de que podría ser, pero sin embargo buscábamos; sonidos de animales, voces de arboles en la mente pero el latido de un corazón confuso, acelerado por sentir esa sensación de pertenencia, o mejor aún, esa sensación de confidencia nos perturbaba aún más y ponía en un terrible conflicto la capacidad de decidir libremente, de elegir un camino cierto, ese camino ambiguo y subjetivo que pudiera llevarnos al exilio.

Era la mirada tierna, sincera, y fiel la que no dejábamos de sentir, y por más que nos pusiéramos a pensar, sabíamos de quién podría venir, si, María estaba allí, junto a nosotros todo el tiempo, todo ese tiempo relativo a mí a ella y a nuestro sentir, la había encontrado nuevamente, pero en realidad eso no me ponía feliz, feliz estaba al darme cuenta que me había reencontrado, que era a mí a quien yo extrañaba, y que la culpable de ese frío sentimiento era ella porque sabía, muy en el fondo, que yo no era yo si no estaba con ella, y no me gustaría ponerme a pensar en eso de la necesidad de quien tanto habla la tan afamada sociedad, porque de haberla necesitado hubiera caído en el pozo de la obsesión, donde solo se ve un haz de luz, aquel único objetivo por alcanzar cuando todo lo demás se vuelve oscuro e insignificante.

María y yo fuimos a recorrer un poco la isla, era completamente un mundo nuevo que no conocía, pero sin embargo un mundo increíble, del que ella se había vuelto parte, al que me quería involucrar, donde me perdiera por un instante. Me quería con ella, yo no estaba seguro de eso, me limitaba a ella, yo no me cansaba de eso, me prometía una luna y una estrella, yo daría la vida por ella. Mi condición de libertad nuevamente se veía afectada pues la libertad se ve estancada cuando en el camino encuentras dos brechas y no sabes por cual decidirte, no sabes cual podrá ser tu mejor decisión.

Entre tantos pensamientos y sentimientos encontrados recordé que me hacía falta algo y efectivamente yo había dejado a alguien por mí esperando, salí corriendo sin pensar en detenerme, llegué a la playa, el barco ya no estaba, estaba la huella y sobre ella un mensaje que decía: "todo camino tiene un inicio y tiene un fin, y el nuestro hasta aquí llegó", eran mis manos que inmediatamente comenzaron a temblar, la vista clavada en el horizonte se comenzaba a inundar, mis pierdas débiles empezaban a cederse a la fuerza de gravedad dejándome caer, el mundo que creí alguna vez reinar daba vueltas y vueltas sin cesar, la trayectoria del mar había llegado a su final y la bella isla que me cobijo por un momento se empezaba a secar, fue entonces cuando cerré los ojos sin parar de llorar, una nueva tormenta había comenzado ya... culpable por no apreciar la situación y culpable por no aprovechar una oportunidad, llegó el momento de abrir los ojos, ya no era ningún barco en algún mar, sino una carroza en un pedregal; ya no era ninguna isla encantadora, sino un enorme desierto donde me encontraba yo y nadie más.


11a. Historia
2a. Etapa
Poncho Knox

1 comentario:

Luisa dijo...

hola... hace un monton que no checaba mi blog.. nouu, no conozco a Saide.

saludos